jueves, 16 de mayo de 2013

Medio siglo de The Freewheelin'...

Hace 50 años un joven folkie que buscaba hacerse un lugar en el mundo de la música lanzaba su segundo álbum que, a diferencia del primero, tenía casi todas canciones propias. Y ese no sería un detalle menor, porque la mayoría de esos temas se convirtieron en himnos de una generación cuyo estandarte era la lucha por los Derechos Civiles y en contra de la segregación racial y los conflictos bélicos. La importancia de The Freewheelin’ Bob Dylan sólo se puede medir en términos históricos. No importan los charts ni la cantidad de LP’s vendidos, sino el efecto que tuvo en toda una generación.

John Hammond
Bob Dylan ya hacía dos años que estaba en Nueva York. Su primer disco, editado en 1962, estaba dedicado a la música de Woody Guthrie. Al pionero de la música folk, que estaba internado en una clínica de Nueva Jersey, le había gustado y eso le dio un impulso extra a Dylan seguir adelante con sus propias canciones. Pero Columbia Records no había quedado satisfecha porque el disco sólo había vendido unas cinco mil copias. El productor John Hammond, responsable del fichaje de Dylan, estaba convencido de que el muchacho de 21 años nacido en Duluth, Minnesota, tenía mucho más para dar. Después de una dura negociación lograron entrar a los estudios de la discográfica, en el 799 de la Séptima avenida, en el corazón de Manhattan.

La grabación comenzó en abril de 1962 y terminó un año después. En mayo de 1963, The Freewheelin’… salió a la venta y fue un éxito total. El primer tema, Blowin’ in the wind, se convirtió en una de sus canciones más celebradas de toda la historia. Según reveló Pete Seeger en su momento (Dylan lo confirmó muchos años después), la melodía está inspirada en un viejo Negro spiritual, No more auction block. La letra tiene una ambigüedad relativa cuyas interpretaciones siempre rondan un único concepto: la libertad. Un par de meses después, el célebre trío folk Peter, Paul & Mary hizo su propia versión y llegó al número dos del ranking Billboard.

La exquisita Girl from the north country, que años más tarde volvió a grabar junto a Johnny Cash para el disco Nashville Skylines, estaría dedicada a una novia que Dylan tuvo en la Universidad de Minnesota, aunque otros sostienen que podría estar inspirada en Suze Rotolo, la que era su pareja por entonces y aparece en la portada del disco junto a él, caminando en una tarde fría por el Greenwich Village, una foto que es todo un retrato de época. Dylan y Rotolo salieron entre 1961 y 1964. Ella murió hace dos años.

El tercer track es Masters of War, un claro alegato contra la industria bélica. Down the highway es un blues clásico de doce compases en el que el cantante aulla como si hubiese nacido en el Delta del Mississippi: “Yes, I'm walkin' down the highway / With my suitcase in my hand / Lord, I really miss my baby / She's in some far-of land”. Sigue con Bob Dylan’s blues –así se iba a llamar el disco en un primer momento- en el que luego de una intro hablada se lanza en un relato espontáneo acompañándose con la armónica. A hard rain’s a-gonna fall es otra de sus melodías más clásicas del álbum y de toda su carrera. El tema está inspirado en la crisis de los misiles que había dejado al borde de una guerra nuclear a Cuba con los Estados Unidos.

El lado B del LP comienza con Don’t think twice, it’s all right, tal vez uno de los temas más bellos de Bob Dylan, aunque él se encargó en aclarar que no es una canción de amor, sino una declaración para sentirse mejor. Luego sigue con temas que quedaron opacados por la majestuosidad de la cara A, y los únicos dos covers del disco: Corrina, Corrina y la adaptación de Honey, just allow me one more chance, de Henry Thomas.

La edición final del álbum dejó afuera otras canciones que vieron la luz mucho tiempo después con las ediciones de los célebres Bootleg como The death of Emmett Till, Ballad of Hollis Brown, Worried blues o Let me die In my footsteps.

Dylan tocó en la mayoría de los temas solo su guitarra y su armónica, aunque en algunas canciones tuvo el acompañamiento de una segunda guitarra, un contrabajo o un piano. Para cuando el álbum copó las bateas de las disquerías, Albert Grossman ya era su representante y eso marcaría un antes y un después en su carrera, al menos desde el punto de vista comercial. Desde lo artístico este álbum marcó un hito y catapultó a Dylan a lo más alto del mundo musical, algo que el viejo maestro sigue refrendando al día de hoy.

2 comentarios:

Gustavo Pollo Zungri dijo...

excelente reseña!!

Carlos Romero dijo...

Enorme disco, enorme artista.